Uno de los valores
que más se ha visto azotado es el de la coherencia, es decir, esa unidad
entre lo que se piensa, se dice y se hace. El pragmatismo en el que se
vive en la actualidad nos conduce a propuestas más simplistas de vida.
Es más sencillo dejarse llevar por los vientos de época, pronunciando
discursos acordes con el momento presente, sin importar sus resultados
históricos, menos sus consecuencias en la credibilidad que los demás
depositen en nosotros, que expresarse a favor de ideas no solo
perdurables en el tiempo, sino que, además, tiendan a la búsqueda del
bien común y del compromiso real y desinteresado.
Cuando se tiene un
objetivo claro de vida, un horizonte hacia el que toda la existencia se
orienta y se toman en cuenta los valores que llevan a ella, la vida va
encarrilada y posee un sentido; ahora bien, cuando no se está dispuesto a
jugarse por ningún ideal más que el de la primacía del bien individual,
del logro de caprichos personales en beneficio propio; entonces, la
vida se torna oscura, incoherente. En función de lo que se quiere, se
podrá adherir a una forma de pensar por un tiempo, luego a otra, pero,
en ninguno de los casos, se actuará de manera correcta, es decir,
coherentemente.
Es materia común
justificar acciones con el “yo lo siento así” o “hago esto porque lo
siento”. La pregunta que cabe hacerse aquí es si “estarás sintiendo
bien”, no para quedar encerrados en el círculo de lo meramente
sentimental, sino para comprender que, como animales racionales −según
la definición de Aristóteles−, el hombre descubre en la naturaleza los
criterios necesarios para luego determinar si una acción es correcta o
incorrecta, buena o mala, se adapte a ella o no. Cuando se sigue este
camino, se alcanza la virtud, que es la elevación de la vida
afectivo-sentimental a un plano racional; entonces, las pasiones, los
deseos y los sentimientos no nos dominan, sino que podemos manejarlos y
actuar de acuerdo con parámetros más altos y certeros que los de la
propia subjetividad.
Los valores no se
corrompen, los ideales no pasan de moda, las ideas no se esfuman, es la
tentación relativista actual la que suscita el deseo de los oportunistas
equívocos de siempre.
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